miércoles, 4 de junio de 2014

No sea imbécil







Si usted come tres veces al día,
si tiene agua para beber y libros para leer,
si tiene ojos para ver y oídos para oír,
si nunca ha sido rociado con gas lacrimógeno
ni golpeado por un policía,
o desterrado de su propia casa,
si tiene tele y computadora
y tiempo para usarlos,
si puede o pudo estudiar,
si sabe leer y escribir,
entonces usted tiene la obligación de no ser imbécil,
de saber que en La Puya también están luchando por usted,
que no todos los pobres son ladrones ni los indígenas ignorantes,
que las protestas sociales no son cuestión de moda,
de leer, informarse, pensar
y no creer en todo lo que los periódicos le dicen.

Usted tiene la obligación de no cerrar los ojos,
de soñar y resucitar al tercer día,
de salir a la calle, de defender esta tierra que también es suya.
Usted tiene la obligación de luchar
si tiene un corazón dentro de su pecho.



3, Jun. 14

martes, 20 de mayo de 2014

Decir lo cierto



Dicen que aquí no pasó nada,
dicen que aquí nadie ha muerto,
que aquí no lloró nadie,
que nada de esto fue cierto.

Y que hay que olvidarlo
y perdonar
pero cómo saber a dónde vamos
si no sé de dónde venimos
cómo saber si alegrarnos
si no sé cuánto sufrimos.

Dicen que no fueron ciertas
las risas perdidas, las vidas,
los nombres, las manos abiertas,
los ojos esperando justicia.

Pero en esta tierra de todos,
en este país de facto
donde se bebe sangre y se respira muerte,
aún hay dignidad,
aún hay ganas de vivir,
de sostener con manos callosas los nombres
de los que fueron asesinados,
de mostrar la cara y decir que hemos llorado,
hemos esperado, hemos muerto,
¡decir que todo esto fue cierto!



20, May. 14





lunes, 7 de abril de 2014

Libros vs E-books

Los libros de papel están en peligro de extinción. Hace diez años a nadie se le hubiera ocurrido que algo tan valioso y antiguo fuera a desaparecer algún día. Pero hoy en día esa desaparición parece inminente. ¿Será solo cuestión de tiempo? ¿Son mejores los libros de papel o los E-books? Como en todo, hay ventajas y desventajas, pros y contras.
Muchas personas opinan que los libros digitales son una ayuda para el ambiente, ya que la tala de árboles disminuiría junto a los libros de papel. Pero hay que tomar en cuenta la cantidad de desechos electrónicos que genera la industria de las e-readers (tablets de lectura). Es más, los dispositivos tecnológicos duran menos, mucho menos, que un libro de papel. Son mucho más frágiles. Un libro puede sobrevivir muchos años, si uno lo cuida adecuadamente, no se daña si se cae, y jamás se queda sin carga. No depende de nada más que de sí mismo para funcionar. Y claro, está esa sensación de sentir las letras en tus manos, pasar las hojas. Pero la gran ventaja de los libros digitales es que son más accesibles, incluso gratis. Para las personas que no solemos tener mucho dinero en los bolsillos, los libros digitales son una gran ayuda.
Pienso que, además, los libros digitales pueden ser un excelente recurso de inducción a la lectura, pero, en mi país al menos, sucede justo lo contrario: las personas que ya tenemos arraigado ese interés por la lectura somos los que buscamos libros digitales.  El verdadero problema acá es que no se lee. Ni en papel ni en PDF. Videojuegos, cine, iPhones, televisión, iPads, smarphones… las opciones son muchas. Con toda esta gama de entretenimiento, pocos jóvenes y niños se decantan por los libros. Vivimos en una época de imágenes y ruido, en vez de letras y silencio. Creo que la verdadera batalla no debería ser entre libros de papel y digitales, sino entre lectura y entretenimiento electrónico.
En mi opinión, lo que importa al final es el contenido. El Principito es El Principito tanto en papel como en PDF. No es lo mismo, por supuesto, pero, de todos modos, lo que importa es leer.





sábado, 5 de abril de 2014

Me caí del mundo y no sé por dónde se entra

Eduardo Galeano

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco. No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar. Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales. ¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables!
Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo. Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.
Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida. Es más ¡Se compraban para la vida de los que venían después! La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas.
El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad. Tiramos absolutamente todo. Ya no hay zapatero que remiende un zapatero, ni colchonero que sacuda un colchón y lo deje como nuevo, ni afiladores por la calle para los cuchillos. De “por ahí” vengo yo, de cuando todo eso existía y nada se tiraba. Y no es que haya sido mejor, es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el “guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo”, pasarse al “compre y bote que ya se viene el modelo nuevo”. Hay que cambiar el auto cada tres años porque si no, eres un arruinado. Aunque el coche esté en buen estado. ¡Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo! Pero por Dios.
Mi cabeza no resiste tanto. Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real. Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre. Me educaron para guardar todo. Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir.
Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso a las tradiciones) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes, el primer cabello que le cortaron en la peluquería… ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo? ¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?
En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los trapos de cocina, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos…  ¡¡Guardábamos hasta las tapas de los refrescos!! Los corchos de las botellas, las llavecitas que traían las latas de sardinas.  ¡Y las pilas! Las pilas pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil en un par de usos.
Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡Los diarios! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia, para limpiar vidrios, para envolver. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne o desenvolviendo los huevos que meticulosamente había envuelto en un periódico el tendero del barrio! Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer adornos de navidad y las páginas de los calendarios para hacer cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos reutilizarlos estando encendida otra vela, y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía “éste es un 4 de bastos”.
Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Con el tiempo, aparecía algún pedazo derecho que esperaba a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa. Nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Y hoy, sin embargo, deciden “matarlos” apenas aparentan dejar de servir.
Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de duraznos se volvieron macetas, portalápices y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza y los corchos esperaban pacientemente en un cajón hasta encontrarse con una botella.
Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables. Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas.
Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. De la moral que se desecha si de ganar dinero se trata. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne.

No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte en cuanto confunden el nombre de dos de sus nietos, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos en cuanto a uno de ellos se le cae la barriga, o le sale alguna arruga.  Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a mi señora como parte de pago de otra con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que ella me gane de mano y sea yo el entregado.
El consumo te consume

viernes, 14 de marzo de 2014

Me presento.

Hola a todos los que vengan a parar a este remoto rincón de la web. Acá, en este blog, voy a publicar cosas de mi autoría (pensamientos, cuentos, intentos de poemas), párrafos de libros, opiniones, y lo que se me ocurra. Podría escribir algo sobre mí, pero creo que mis letras hablarán más de mí de lo que yo pudiera decir.
Gracias por pasar.